Más de 4.5 millones de venezolanos migraron por la profunda crisis en ese país. Casi un millón, según datos publicados por El Tiempo, huyeron hacia Colombia. Esta es una bitácora sobre cómo deberíamos los periodistas estar contando ese movimiento y de lo mal que se la están pasando algunos venezolanos con el rechazo de los nacidos en Colombia.
Colombia, miércoles 2 de octubre de 2019. Aterrizo en el aeropuerto José María Córdova de Medellín. En unas horas estaré en la fiesta más importante del periodismo en América Latina: el festival Gabo. Soy una de las 50 seleccionadas para aprender con la maestra María Teresa Ronderos, en el taller ‘Estereotipos y desinformación en la cobertura de la migración’. Las preguntas son muchas: ¿Cómo comprendemos hoy a los migrantes?¿Comprendemos cómo se sienten dentro de un país que no es el suyo? ¿Nos hemos preguntado, realmente, quiénes somos?
El taller inicia con una diapositiva con la leyenda «La vida inicia con migración». La frase es acompañada con la imagen de unos espermatozoides , y es precedida por un repaso por la historia de la migración. «Tenemos que buscar un enfoque histórico de la migración; si no, nos comemos todas las mentiras», nos dice la maestra al inicio de la sesión.
El gran aporte del emigrante, dice Ronderos, es la riqueza cultural que aporta al país donde llega. El problema, agrega, es que muchas veces los periodistas solo vemos un lado de la historia, y no hacemos las preguntas completas. El taller finaliza con una clara invitación: reportear la movilidad humana dejando de lado nuestros prejuicios.
Sábado 5 de octubre. Última noche en Medellín. César, el mesero que nos ha servido el aguardiente en los alrededores del parque Lleras, nos pregunta de dónde somos. En la mesa están dos amigos y mi pareja. «De El Salvador», respondemos los cuatro y devolvemos la pregunta. «De Venezuela», nos contesta él. Su rostro cambia de tono, como quien pasara de una escena a colores a una imagen en blanco y negro, cuando empieza a contar que llegó a Colombia hace 3 años, y que desde entonces no ha podido abrazar a su familia. Nos cuenta que no solo está sobrellevando esa ausencia, sino que también está lidiando con las malas miradas, con los desprecios por su nacionalidad, que a veces lo han hecho sentir como un invasor, y con la amargura de saber que a su familia en Venezuela no le alcanza ni para un pollo.
Hay gotas de sudor en la frente de César. La temperatura del ambiente no ha variado, pero sí la intensidad de su narración. Cuenta cómo cada día llegan más y más venezolanos, y cómo esto ha despertado el rechazo de algunos colombianos. Habla como si existiera un «ellos y un nosotros». Su relato solo me recuerda otra de las definiciones con las que inició este viaje: la xenofobia no es más que la mezcla de la ignorancia con miedo.
Por Jessica Ávalos